Me gustaría despedir al 2012 con una buena patada en sus santos cojones, a cámara lenta si fuera posible, o con una cómica paliza de las que daban Bud Spencer y Terence Hill, o con una sarta de capones como los que le endilgaba Benny Hill a aquel entrañable abuelete.
Los grandes propósitos para año nuevo me han sonado siempre a hueco, por sinceros y bienintencionados que sean, y el fatalista “lo que tenga que pasar, pasará” de las abuelas parece una exhortación a meterse debajo de la cama.
Venga lo que venga, ojalá que nos pille en guardia y conscientes de que todo es mucho más raro y complicado (e interesante) de lo que parece, como escribe (y yo subrayo) el fabuloso W. G. Sebald en Austerlitz, el mejor libro que he leído en 2012. En cualquier caso, feliz año nuevo.