En el infierno no hay pájaros

A menudo, la etimología sorprende con resonancias que llevan de una cosa a otra. La palabra «averno» viene del griego antiguo y significa «sin pájaros». Esta poética visión del infierno como un lugar en el que no vuelan ni cantan las aves –apocalíptico, si lo piensas por un momento– conecta con la realidad a través del lago Averno, cercano a Nápoles.

Es una pequeña masa de agua dulce –tres kilómetros de circunferencia– y ocupa el cráter de un volcán extinguido. En la Antigüedad era conocido por sus emanaciones de gases tóxicos, responsables de que los pájaros y otros animales lo evitaran. Eso lo convertía en un escenario siniestro, una apropiada puerta entre el espacio de los vivos y el inframundo, el subterráneo reino de Hades, hermano de Zeus, omnipotente señor de la superficie y los cielos (las deidades helenas se repartían las propiedades con notable sentido práctico).

No es casual que en su gran poema épico, la Eneida, Virgilio haga descender a Eneas al Hades a través de una cueva próxima al sulfuroso lago Averno, habitada por la Sibila de Cumas, que lo guía en su acceso al inframundo. El poeta conocía el lugar y sus resonancias mitológicas, como cualquier romano culto del siglo I a. C.   

En la Odisea hay un pasaje similar, cuando Odiseo baja al Hades por donde le indica Circe, la hechicera enamorada del héroe homérico (y no correspondida, o no del todo, porque nadie es de piedra y la fiel y sufrida Penélope aún podía esperar un poco más). Al hacerlo descubre un lugar poblado por una especie de zombis, las sombras de lo que un día fueron hombres y mujeres.

Allí sucede algo conmovedor: Odiseo se topa con el espectro de Anticlea, su madre, que ha muerto durante la larga ausencia del hijo, ocupado en la guerra de Troya y en su accidentado regreso a casa. El astuto guerrero descubre en las entrañas del mismo infierno que su madre ya no es: se ha convertido en algo inalcanzable.

Por tres veces el rey de Ítaca intenta abrazarla, y por tres veces ella se desvanece en sus brazos como puro aire. Es un crudo recordatorio de lo que nuestros seres amados y todos seremos un día: sombras, recuerdos, y pasado un tiempo ni siquiera eso. En la vieja cosmovisión griega, “la casa de Hades y Perséfone” (así la llama Homero) nada tiene que ver con el paraíso: es más parecida a un purgatorio tétrico donde se pena y vaga sin opciones de redención, un lugar sin aves que alienten la esperanza de la vida.

En ‘Las almas del Aquerón’ (1898), el pintor húngaro Adolf Hirémy-Hirschl (1860–1933) muestra a los muertos implorando al dios Hermes que interceda por ellos, mientras esperan a que el barquero Caronte los lleve por las aguas del río Aquerón a su destino final en el reino de Hades.

Autor: Francisco Jódar

Nací en 1973 en Jaén. Estudié Periodismo en la Complutense y he ejercido el oficio en webs (Antena3.com, Orange.es, Europa Press Internet, Red.es, Tugranviaje.com…) y revistas (SIE7E, Stuff, FHM, Forbes, Muy Interesante…). De vez en cuando escribo en este blog que nació en marzo de 2009 y se mantiene como un espacio para hablar de libros y, con esa excusa, de cualquier otra cosa. Si quieres saber más de mí, puedes ver mi perfil en LinkedIn (https://www.linkedin.com/in/franciscojodar/) o contactar conmigo en fjodar@gmail.com.

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