100 objetos que nos cuentan la historia del mundo

Somos narraciones ambulantes. Solo podemos intentar entendernos a nosotros mismos si convertimos el caos de la vida en un relato articulado, con tranquilizadoras causas y efectos que nos sostengan en este deslizarse hacia «el patio de los callaos». El método funciona y nos ayuda a sobrevivir, y eso explica nuestra ansia por devorar relatos que se presentan con palabras, imágenes o incluso cosas.

Contar historias a través de los objetos es la tarea de los museos, entre ellos el fabuloso y abrumador Museo Británico, donde la rapiña encuentra cierta justificación. En 2010, el que por entonces era su director, el historiador del arte Neil MacGregor, colaboró en una serie de programas de radio de BBC 4 que pretendían narrar la historia del mundo a través de lo expuesto en las vitrinas del British. Ese espacio radiofónico se convirtió en un libro extraordinario, de los de guardar: La historia del mundo en 100 objetos (Debate), 800 paginazas con estupendas láminas en color y, no temas, versión en libro electrónico. Una década después de su publicación, sigue fresco.  

El propósito de MacGregor era muy ambicioso: reunir cien cosas –con un rango temporal que arranca hace unos dos millones de años con herramientas de piedra y se cierra en nuestros días con una tarjeta de crédito y una lámpara solar– que representaran a todos los continentes de la manera más equitativa posible, afectaran a numerosos campos de la experiencia humana y aportaran información sobre procesos complejos y sociedades enteras, y no solo de los ricos y poderosos, lo que exigía incluir objetos humildes y cotidianos junto a las grandes obras de arte.

La poesía de las cosas

Bajo esas premisas, MacGregor explica el mundo y la cosmovisión subyacente a cada elemento analizado. Eso exige un examen riguroso y científico que fije lo que sabemos de una manera inequívoca, pero también una imaginación poética y poderosa para plantear las muchas hipótesis y conjeturas que estos objetos despiertan, y talento narrativo para desgranar el accidentado camino que muchos de ellos han seguido hasta reposar en las salas del British.

El estandarte de Ur (2600 a. C. – 2400 a. C.), una caja de madera (de función desconocida) con incrustaciones de mosaico de conchas, piedra y lapislázuli, sirve a MacGregor para ofrecer una visión de conjunto de la política, la sociedad y la economía de Mesopotamia, una de las cunas de nuestra civilización. Foto: British Museum.

La obra es original por varias razones: para empezar, concede la misma importancia a lo aparentemente nimio (recipientes de cerámica, pipas y otros utensilios cotidianos) que a los grandes hitos de la arqueología (la piedra de Rosetta, el estandarte de Ur…), y demuestra que un objeto vulgar puede decirnos tanto como un icono de la historia. En segundo lugar, la selección no se centra en las estudiadísimas civilizaciones mediterráneas y de Oriente Próximo, y explora ámbitos menos conocidos, al menos para los occidentales, como Oceanía, el África Negra, Sudamérica… Para acabar, presta voz a culturas y pueblos que no desarrollaron la escritura y solo nos hablan a través de sus restos materiales.

La sopa nació en Japón

El placer de los descubrimientos sorprendentes nos asalta sin cesar durante la lectura. Uno no sospechaba que las primeras ollas que conocemos se hubieran hecho hace unos 7000 años en el norte de Japón, aunque se cree que esa habilidad surgió al menos diez milenios antes y simultáneamente en diferentes puntos del planeta, como sucedió con la escritura.

Esos humildes recipientes de arcilla supusieron un salto descomunal en la historia humana: hasta su llegada, los alimentos se guardaban en agujeros en el suelo o en cestas, al alcance de animales e insectos y vulnerables a las inclemencias del tiempo. Las ollas mejoraron la conservación de la comida y revolucionaron nuestra alimentación: cocidas o hervidas, semillas, plantas y raíces indigeribles se volvían comestibles; el arriesgado método del prueba-error perdió dramatismo y se aceleró: por ejemplo, bastaba cocer las almejas y esperar a que se abrieran para saber si eran buenas. Restos carbonizados del contenido de esas primitivas cacerolas nos han permitido suponer que tanto la sopa como el estofado nacieron en el norte del archipiélago nipón.

Olla del pueblo Jomon (Japón, 5000 a. C.), uno de los primeros recipientes para almacenar comida de los que tenemos noticia. Foto: British Museum.

Este ejemplo es solo uno de los cien que reúne este imprescindible libro, una exhibición de erudición amena y asequible de la que se sale más culto y consciente del largo, complejo y rico camino que nos ha traído hasta aquí.

Serpiente bicéfala de madera cubierta con un mosaico de turquesa (siglos XV d. C. – XVI d. C., México). Se cree que los aztecas la usaban como pectoral en ceremonias. Foto: British Museum.
Casco hawaiano de plumas (siglo XVIII d. C.). Regalo de los nativos al capitán James Cook, probablemente formaba parte de las vestiduras distintivas de un jefe tribal. Foto: British Museum.

Autor: Francisco Jódar

Nací en 1973 en Jaén. Estudié Periodismo en la Complutense y he ejercido el oficio en webs (Antena3.com, Orange.es, Europa Press Internet, Red.es, Tugranviaje.com…) y revistas (SIE7E, Stuff, FHM, Forbes, Muy Interesante…). De vez en cuando escribo en este blog que nació en marzo de 2009 y se mantiene como un espacio para hablar de libros y, con esa excusa, de cualquier otra cosa. Si quieres saber más de mí, puedes ver mi perfil en LinkedIn (https://www.linkedin.com/in/franciscojodar/) o contactar conmigo en fjodar@gmail.com.

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