El dinero o la ley

«¿Ha oído eso de que no se puede vivir sin amor? Pues el dinero es más importante». Lo decía en algún episodio el doctor House, tan sincero que nunca desaprovecha la oportunidad de recordarnos aquello de «todo el mundo miente» (menos él). En Pink Floyd también saben del poder de la pasta (Money, ¡temazo!), y algo tendrá que ver eso con sus macrogiras de maduros forrados.

El dinero: la sangre, los huesos, los músculos y el cerebro del mundo, y la prueba de que no solo lo fugitivo permanece y dura, porque hay cosas que no cambian ni repúblicas, ni guerras, ni dictaduras, ni democracias. «En el año 14 después de Cristo un senador romano ganaba 100 veces más que el romano medio. Han pasado 2.000 años y el ser humano ha sido incapaz de corregir ese desfase, porque los principales ejecutivos cobran 90 veces más que sus empleados». Lo publicaba ayer El País, citando un estudio de The Global Price and History Group en la Universidad de California. Si lo dice el periódico de PRISA, habrá que hacerles caso, porque es una empresa que algo sabe de cuentas y cómo arreglarlas.

Sí, nos creemos la hostia porque leemos en la nube y volamos por cuatro duros, pero no molamos tanto ni somos tan originales como nos gusta pensar. «En España, el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero». Suena familiar, ¿verdad? Valle Inclán puso estas palabras en boca de un preso, en la escena sexta de Luces de Bohemia, hace casi un siglo. El viejo Valle podría haber pasado cien años recostado en ese catre polvoriento para despertar, lanzarse a la calle bastón en mano y encontrar un mundo en todo diferente al suyo salvo en lo que de verdad importa: quien tiene la pasta tiene el poder.

Lo demás es solo literatura, como bien saben en Shakespeare and Company, la peculiar librería parisina junto al Sena que tendrá su post aquí y en cuyo piso inferior se encuentra este pozo de los deseos de los escritores que, como Paul Auster en A salto de mata, viven con «… una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico». 

Echemos unas monedillas para los juntaletras y no lo olvidemos: el dinero siempre tiene la última palabra.