La Feria del Libro explicada según la Teoría de los Conjuntos

He encontrado en Twitter (vía @javiercelaya) esta aguda forma de ver la Feria del Libro que se celebra estos días en Madrid. No he averiguado quién está detrás del gráfico, aunque tiene toda la pinta de ser de Mauro Entrialgo, como apunta el gran Guillermo Benítez (Dimauer), músico, editor gráfico, camarógrafo y gaditano de pro.   
Feria

El librero consecuente

Cartel
Fotografía del twitpic de Javier Peláez, @irreductible. Su web: http://www.aldea-irreductible.blogspot.com.es/.

Ponme medio de Faulkner

En Barcelona echa el cierre Catalònia, una vieja e importante librería cuyo local ocupará dicen un McDonald’s. Toma metáfora de la vida española. Eso sí que es echar sal en la herida y ponerle en bandeja a la afición la oportunidad de rasgarse las vestiduras y volcarse cubos de ceniza sobre las cabezas. Aunque sospecho que la pena y la nostalgia disminuirían si en lugar de la honrada e infecta cadena de comida rápida se anunciara un japonés cool o una gastroteca regentada por un discípulo de Ferran Adrià, me uno al clamor de los letraheridos («¡Las librerías se mueren, hay que defender la cultura!») y me golpeo el pecho con la derecha, mientras sujeto con la izquierda un libro de segunda mano que olisqueo con resignación.

El hecho, por lamentable que sea, tiene tanto de significativo como poco de extraño: el 40% de los españoles afirma no tocar un libro JAMÁS (o sea, que serán más) y, tal y como están las cosas, el McDonald’s lleva camino de convertirse en la marisquería del pueblo.

Las ventas en librerías bajan desde hace años (aún no hay datos oficiales, pero fuentes del sector estiman que el descenso en 2012 habrá rondado el 20%) y aquella figura del librero prescriptor que conocía el género como nadie y aconsejaba al comprador ha dado paso a una extinción masiva de los establecimientos pequeños y medianos, devorados por la crisis innombrable y poderosos depredadores (grandes superficies, Internet…) que contribuyen al empobrecimiento de la vida urbana.

LA RESISTENCIA LIBRESCA
Sin embargo, un pequeño grupo de galos mantiene el tipo, y al menos en Madrid, mi ciudad, van surgiendo pequeñas librerías que buscan fórmulas para sobrevivir. La más conocida es Tipos Infames, donde aparte de comprar puedes tomarte un vino o lo que se tercie y asistir a presentaciones, exposiciones y saraos varios, pero existen otras por el estilo como La Marabunta, Cervantes y Compañía o  Café Molar, que van más allá del mero comercio y lo estimulan con actividades que atraen a una fauna variopinta que siempre puede acabar picando y pasando por caja. Gafapastismo inteligente, diría yo.

La que no conocía es la que me topé el otro día bajando por Embajadores, en Lavapiés. Flaneaba yo acompañado por una bella e inteligente señorita, un ilustre caballero retirado y un jurista de postín no me dejo ver con cualquiera—, cuando el profesional de las leyes decidió adentrarse en el Mercado de San Fernando a comprar no sé qué verdura horrible. Lo acompañamos resignados y, nada más entrar, ¿qué fue lo que vimos justo a nuestra izquierda?

Lema

El lema define la naturaleza de La Casquería [LQ] Libros al peso, una librería que ocupa un antiguo puesto del mercado en un fenómeno inverso al que abría este post.

La Casquería

Esta casquería incruenta sigue una filosofía (en su web la explican con detalle) que cuestiona los modelos de producción y consumo al uso, y se enmarca en la nebulosa de movimientos e iniciativas populares que buscan nuevas formas de gestionar la sociedad y los espacios públicos. La frase me ha quedado muy aparente, pero como no pienso seguir por ese camino, repito, reitero, insisto: quien desee saber más, que vaya a su web, que lo dejan todo clarito.

Montan actividades de todo tipo y se abastecen principalmente de donaciones de libros usados que luego venden a bajo precio y al peso, lo que puede dar lugar a sofisticadas ironías: aquí, las obras completas de Borges costarían bastante menos que la saga entera de Caballo de Troya. 

Casquería 2

 

Una tarde en La Central

Supongo que lo que llaman «economía de la experiencia» consiste en ir a una librería y que te vendan camisetas estampadas con frases palmarias de la literatura universal. Ya no basta con vender productos, cosas, cacharros, libros. Ahora se comercia con estilos de vida, la vinculación emocional y toda esa mandanga de la autoayuda mercadotécnica que sonrojaría a una cabra muerta. Así, este «Preferiría no hacerlo», lema vital de Bartleby, el reluctante escribiente creado por Herman Melville, te conferirá oh, improbable lector un aura cultureta que te prestigiará en filmotecas, bares universitarios, asambleas y otros ambientes ad hoc. Explicar el origen y sentido de la cita podría aumentar Camiseta tus posibilidades de seducción, aunque yo estoy con Luis Alberto de Cuenca y pienso como él que «[…] a ellas / les aburren los tipos llenos de nombres propios».

A ti, no menos improbable lectora, te doy por supuesto cierto buen gusto y por ello imagino que jamás te comprarías esta camiseta que despachan en La Central de Callao, la nueva librería abierta en Madrid por la conocida cadena barcelonesa, un espacio que emplea con inteligencia y acierto las aludidas formas de explotación comercial 3.0 o como se llame.

El caso es que la otra tarde me dejé caer por este establecimiento del ramo —en pleno holocausto de las librerías, principalmente pequeñas y medianas, se agradecen los refuerzos— y a veces no sabía ni dónde estaba. La confusión creció cuando descendí por una escalerilla angosta y me topé con ¡un futbolín!

Futbolín

Al fondo, la cara de Valdano sobre la portada de la revista Líbero vino a calmarme. «¡Ajá, economía de la experiencia!», pensé, e inmediatamente mis pulsaciones volvieron a su ritmo habitual. Así que dedican un espacio a vender revistas y libros relacionados con el fútbol y ponen en él un futbolín que hará sentirse al lector balompédico como en un reducido templo del once contra once… Preferiría que reservaran estos astutos trucos para la sección de Gastronomía, aunque no es necesario, porque en La Central también encontramos un café-restaurante (perdón, un bistró) donde discutir entre exquisiteces varias qué fue antes, la existencia o la esencia; ojear y hojear las Cartas de Cortázar; escribir nuestro último aforismo angustiado en un cuaderno con el nombre de Marcel Duchamp en la cubierta y, por supuesto, afrontar un amable rejoncillo (el estilo de vida, ya se sabe) a la hora de pagar.

Bistro

Para que no falte detalle, en La Central (Postigo de San Martín, 8) han plantado un hermoso ciprés en el patio interior del edificio, un palacete reformado de finales del XIX que alberga en 1200 metros cuadrados tres plantas y un sótano (en este, unacallao-patio coctelería abierta de miércoles a sábado aprovecha una antigua cripta). En nuestro deambular por el lugar, agradable, amplio y luminoso, nos topamos a cada paso con otros espacios y estantes donde adquirir tazas, objetos decorativos, vino (gracias a Dios) y hasta juguetes, a menudo pero no siempre relacionados con los libros y la escritura.

estante

A mí tanta mercadería me toca un poco las narices, pero no llega a abrumar, y hay que reconocer que todo está muy bien pensado y montado, incluido el uso del edificio: por ejemplo, han conservado la capilla del viejo palacio y la han destinado a la sección de literatura infantil, y pueden apreciarse detalles arquitectónicos perfectamente integrados con las necesidades de una librería. Y aquí llegamos a lo importante: los libros. La Central posee un fondo muy importante (más de 70000 volúmenes) y una característica diferenciadora: una notable oferta en otros idiomas propiciada por el acuerdo que la cadena catalana alcanzó el año pasado con el grupo editorial italiano Feltrinelli, que posee 104 librerías.

Librería

La estrategia es clara: la librería como templo sagrado de la lectura parece tener los días contados, y han de ser los mercaderes de la experiencia los que abran paso a las nuevas formas de vender libros, creando espacios acogedores, parques temáticos de bolsillo en los que el lector pueda relajarse, pasar mucho rato de acá para allá y acabar picando el anzuelo. Vi mucha gente en la caja, así que la cosa parece funcionar. Y que dure.

El dinero o la ley

«¿Ha oído eso de que no se puede vivir sin amor? Pues el dinero es más importante». Lo decía en algún episodio el doctor House, tan sincero que nunca desaprovecha la oportunidad de recordarnos aquello de «todo el mundo miente» (menos él). En Pink Floyd también saben del poder de la pasta (Money, ¡temazo!), y algo tendrá que ver eso con sus macrogiras de maduros forrados.

El dinero: la sangre, los huesos, los músculos y el cerebro del mundo, y la prueba de que no solo lo fugitivo permanece y dura, porque hay cosas que no cambian ni repúblicas, ni guerras, ni dictaduras, ni democracias. «En el año 14 después de Cristo un senador romano ganaba 100 veces más que el romano medio. Han pasado 2.000 años y el ser humano ha sido incapaz de corregir ese desfase, porque los principales ejecutivos cobran 90 veces más que sus empleados». Lo publicaba ayer El País, citando un estudio de The Global Price and History Group en la Universidad de California. Si lo dice el periódico de PRISA, habrá que hacerles caso, porque es una empresa que algo sabe de cuentas y cómo arreglarlas.

Sí, nos creemos la hostia porque leemos en la nube y volamos por cuatro duros, pero no molamos tanto ni somos tan originales como nos gusta pensar. «En España, el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero». Suena familiar, ¿verdad? Valle Inclán puso estas palabras en boca de un preso, en la escena sexta de Luces de Bohemia, hace casi un siglo. El viejo Valle podría haber pasado cien años recostado en ese catre polvoriento para despertar, lanzarse a la calle bastón en mano y encontrar un mundo en todo diferente al suyo salvo en lo que de verdad importa: quien tiene la pasta tiene el poder.

Lo demás es solo literatura, como bien saben en Shakespeare and Company, la peculiar librería parisina junto al Sena que tendrá su post aquí y en cuyo piso inferior se encuentra este pozo de los deseos de los escritores que, como Paul Auster en A salto de mata, viven con «… una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico». 

Echemos unas monedillas para los juntaletras y no lo olvidemos: el dinero siempre tiene la última palabra.