Mal rollo

En mis labores de plumilla mercenario ando investigando un temita de escritores suicidas y estoy confirmando algo que ya sabía: los pesimistas recalcitrantes y oscuros como ala de cuervo me son tan simpáticos (a distancia) como repelentes me resultan Paulo Coelho y los Punset, lehendakaris mediáticos de la industria del buen rollo consumible en pildoritas incoloras, inodoras e insípidas. Tendrán muy buenas intenciones (y ganas de hacer caja gracias a la infelicidad ajena), pero son un gran coñazo, y por eso prefiero leer a gente tan maja como el austriaco Thomas Bernhard, la alegría de cualquier fiestón:

«Nada he admirado más durante toda mi vida que a los suicidas. Me aventajan en todo. Yo no valgo nada y me agarro a la vida, aunque sea tan horrible y mediocre, tan repulsiva y vil, tan mezquina y abyecta. En lugar de matarme, acepto toda clase de compromisos repugnantes, hago causa común con todos y cada uno, y me refugio en la falta de carácter como en una piel nauseabunda pero cálida, ¡en una supervivencia lastimosa! Me desprecio por seguir viviendo».

Thomas Bernhard