El libro negro

De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que basta poner La 2 después de cenar para ver salir nazis (o cazanazis) por doquier, con el obligado acompañamiento de imágenes terribles y testimonios desoladores. 67 años han pasado desde que acabó la Segunda Guerra Mundial y esa gente tan siniestra y eficaz sigue fascinándonos por su maldad y la lógica espeluznante con la que planearon cargarse a millones de personas. No podemos dar crédito a semejante horror industrializado, y de ahí la fuerza de su recuerdo.

En esa línea de no permitir que se olvide el Mal, Galaxia Gutenberg publica El libro negro, un volumen de 1200 páginas que reúne testimonios de supervivientes, testigos y verdugos de la planificada política de exterminio desatada por los nazis en la Unión Soviética desde que su ejército cruzara la frontera el 22 de junio de 1941 para acabar con el régimen dirigido por otro ángel exterminador, el camarada Stalin, y continuar su conquista.

EL VETO DE STALIN
Las peripecias de este catálogo de salvajadas dan para escribir otro libro. Durante la guerra, el escritor ruso Ilyá Ehrenburg recibió gran número de testimonios (cartas, documentos, diarios, declaraciones…) de los territorios que iban siendo liberados a medida que se retiraba la Wehrmacht. En ellos se relataban las atrocidades de los alemanes, principalmente (pero no solo) contra los judíos. Ehrenburg decidió organizar y editar ese material con el fin de publicarlo bajo el título de El libro negro, y para ello buscó la ayuda del escritor Vasili Grossman.

Grossman y Ehrenburg implicaron en el proyecto a otros escritores y periodistas y así nació -al más puro estilo de la burocracia soviética- una comisión editorial adscrita al Comité Judío Antifascista. A principios de 1944, el material reunido estaba listo para publicarse, pero el gobierno ruso -es decir, Stalin- comenzó a poner objeciones al contenido. El principal reparo radicaba en las detalladas descripciones del colaboracionismo con los nazis de muchos ucranianos, letones y otras nacionalidades de la URSS. Además, un informe oficial afirmaba que el libro generaba la impresión de que «el único objetivo del ataque de los alemanes a la URSS fue el exterminio de los judíos».

Habían arrancado los aplastantes engranajes de la maquinaria represiva de Stalin, que no permitía el menor ‘desviacionismo’ de las tesis oficiales. El libro negro contenía «errores políticos» y no podía publicarse, aunque en 1947 llegó a haber un texto aprobado para ir a imprenta. Su suerte quedó sellada con la disolución del Comité Judío Antifascista en 1948 (algunos de sus dirigentes fueron fusilados en 1952). Tuvieron que pasar décadas hasta que el trabajo de Ehrenburg, Grossman y otros muchos vio la luz. Algunos fragmentos habían sido publicados en EE.UU y Rumanía en 1946, pero fue en 1980 cuando se lanzó el libro en Israel, en ruso. Luego llegó esta nueva edición, basada en las pruebas de 1947 y con el añadido de materiales censurados en su día.

MEMORIA RECUPERADA
Del contenido de El libro negro, baste decir que a veces hay que dejar su lectura, tal es la sucesión de horrores y crueldad relatados por quienes sufrieron los asesinatos masivos, los campos de exterminio y la matanza sistemática fríamente diseñada en Berlín. No es un texto para leerse de un tirón, no tanto por su extensión como por el encadenamiento de monstruosidades que exigen pararse de vez en cuando a respirar. Su enorme valor reside en su condición de testimonio de la verdad y la dignidad de las víctimas, y en su ejemplar supervivencia a la censura y el silencio.

No tires de la manta

¿Cuál es la tercera actividad más placentera que se puede hacer bajo una manta? Leer. Obviadas aquí las dos primeras, podría defenderse que cuando aprieta el frío hay pocos planes mejores que levantarse, desayunar como un cura decimonónico y, una vez satisfecho, mirar por la ventana con desdén y un punto de melancolía para luego volverse a la cama a arrebujarse bajo el edredón nórdico o noruego o como se llame (los únicos que aún usan mantas son los pobres y los que sacan a los futbolistas del campo en camilla), en compañía de un buen libro. Como alguno de estos, quizá:

PARA LEER AL ANOCHECER. HISTORIAS DE FANTASMAS
Charles Dickens. Impedimenta. 240 págs. 19 €
Dickens nunca falla. Y menos en invierno. Trece historias de fantasmas para disfrutar del arte de la narración en su estado más puro, aunque siempre me quedaré con su ópera prima, para muchos su obra maestra, la deliciosa Los papeles póstumos del Club Pickwick.

TRES VIDAS DE SANTOS
Eduardo Mendoza. Seix Barral. 192 págs. 16,50 €
Otro valor seguro -al menos en las listas de los más vendidos- que regresa con tres relatos que combinan las armas tradicionales de Mendoza: parodia, ironía y sentido del humor (el escudo de los melancólicos) empleados para decir cosas en el fondo muy serias.

AÑOS DE GUERRA
Vasili Grossman. Galaxia Gutenberg. 632 págs. 22 €
No me canso de recomendar a este autor desde que leí la monumental Vida y destino. Aquí se reúnen novelas y relatos -El pueblo es inmortal o El viejo profesor-, además de las crónicas periodísticas de Grossman sobre el frente de Stalingrado o la batalla de Berlín. Es la primera vez que se publican íntegros en español sus textos de la guerra, y cabe una mención especial para El infierno de Treblinka, el primer testimonio sobre el Holocausto, utilizado en el Tribunal de Nuremberg.

JOHN LENNON
Philip Norman. Anagrama. 840 págs. 34 €
Yo confieso. Lennon me ha caído siempre fatal y cuando escucho Imagine -si es en la televisiva versión de Gurruchaga, Ana Belén and friends, peor- me entran ganas de invadir Polonia (la canción es preciosa, lo admito). Manías al margen, esta biografía tiene buena pinta, y los anglosajones son maestros en este género tan poco trabajado aquí (¿cuántas biografías decentes de españoles importantes conoces?).

EL MUSEO DE LA INOCENCIA
Orhan Pamuk. Mondadori. 656 págs. 23,90 €
Una historia de amor y también de Estambul desde 1975 hasta nuestros días, lo que quiere decir una historia del mundo que baila en el alambre de oriente y occidente. Pamuk, Nobel de Literatura en 2006, prueba (me vienen a la cabeza Amos Oz o J. M. Coetzee) que mucha de la literatura más interesante de hoy viene de esos países situados al borde de dos mundos (Turquía, Israel, Sudáfrica…).

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
Antonio Muñoz Molina. Seix Barral. 960 págs. 24,90 €
Creo en mi madre. Y como crítica literaria, también. A ella le ha gustado esta voluminosa novela sobre la guerra civil y el exilio. Aún se pueden decir cosas del tema sin repetirse, y hay tantos españoles que no tenemos ni idea de lo que pasó… Me gustan los artículos de Muñoz Molina y me encantó Ventanas de Manhattan, su libro sobre sus años en NY. Y me gusta también que no vaya de cínico, que no intente epatar y parecer que anda de vuelta de todo (cuando no se ha ido a ningún sitio) y que escriba de cosas interesantes (y muy bien, por cierto). Aunque lo de publicarlo en la colección Biblioteca Breve será una broma…

VIAJE EXTRAORDINARIO AL CENTRO DEL CEREBRO
Jean-Didier Vincent. Anagrama. 464 págs. 23 €
Tanto buscar fuera y tanta vuelta y luego lo más interesante -y desconocido- que existe lo llevamos dentro de la cabeza. Una divertida guía sobre la sesera, profusamente ilustrada, inteligente y muy alejada de la paja (mental). Brillante.

Y para rematar, un videoclip invernal. Tendrás que ir a YouTube para verlo, pero como me gusta y ya has leído el post…

La vieja Rusia

Rusia: frío mortal, tiranos, Siberia y el General Invierno, matanzas, estepas inmensas, vodka, catedrales con cúpulas de David el Gnomo, talentosos futbolistas indolentes, bellezas de ojos claros y pómulos marcados, el alma rusa… Topicazos. Para mí, que nunca he estado allí, Rusia significa escritores.

Por ejemplo, Vasili Grossman (1905-1964). Vida y destino, excelentemente editado por Galaxia Gutenberg (ojo a su catálogo) ha sido para mí uno de los mayores descubrimientos como lector en años. Decir que es el Guerra y Paz del siglo XX se ha convertido ya en otro lugar común, pero da una idea aproximada de esta novela-río con el horror de Stalingrado de fondo: una denuncia del estalinismo que Grossman no vio publicada (en la URSS lo de la disidencia no era cool y la KGB se quedó hasta con la cinta de la máquina de escribir del autor).

Vida y destino salió clandestinamente microfilmada de la Unión Soviética y se publicó en el extranjero en los 80 y en la URSS en 1988, un año antes de la caída del Muro. Grossman se ha hecho ‘popular’ en España en los últimos años. Hemos podido leer su última novela, Todo fluye, otra disección de la época de Stalin y del totalitarismo, e incluso libros que nos acercan a su figura, como Un escritor en guerra, publicado en Crítica por el muy recomendable historiador británico Antony Beevor.

Grossman fue corresponsal del Estrella Roja, el periódico del Ejército Rojo en la II Guerra Mundial. Al margen de sus artículos, recogió sus experiencias en cuadernos íntimos que no vieron la luz hasta que Beevor los recopiló y ordenó en este volumen que nos lleva con las tropas rusas de Stalingrado a Berlín, pasando por Treblinka y otros infiernos que no somos capaces de imaginar. Leed a Grossman, no os arrepentiréis.

EL DIABLO EN MOSCÚ

Años 30. El Diablo, acompañado por una cohorte de demonios, entre ellos un malicioso gato parlante, decide pasar una temporada en Moscú bajo la forma de un profesor alemán. No han ido de vacaciones. El Príncipe del Mal y sus secuaces provocan un caos de malentendidos, coincidencias y disparates que acaban con la vida de muchos y revelan las miserias de la condición humana bajo la tiranía.

El maestro y Margarita (Alianza Editorial) es la inclasificable novela de Mijaíl Bulgákov (1891-1940), una sátira que va mucho más allá para convertirse en una de las historias más originales que he leído (parte del relato transcurre en la Jerusalén de Poncio Pilatos y no causa ninguna extrañeza). Bulgákov la dejó inacabada y fue su mujer quien remató los capítulos finales en 1941, aunque el libro no pudo ser publicado hasta 1966, cuando la dictadura soviética había aflojado las riendas.

De hecho, nuestro hombre fue perseguido por el régimen soviético, aunque lo increíble es que no lo fusilaran. Bulgákov se atrevió a escribir una carta a Stalin en 1938 pidiéndole permiso para emigrar y el dictador en persona lo llamó por teléfono para pedirle explicaciones. El escritor no se atrevió a reiterar su petición…