Más del 80 % de los españoles lee en pantallas, un porcentaje que hace solo tres años se reducía al 47 %. Son datos de BiblioEteca, empresa que ha realizado un estudio sobre cómo leen los españoles en soporte digital. La investigación aporta otras conclusiones interesantes para los editores. Aquí van unas cuantas:
- Un 50 % de los lectores digitales compra en librerías online y un 72 % se descarga e-books.
- El 48 % no adquiere libros electrónicos, pero sí los lee.
- Las mujeres superan a los hombres (53 a 47 %) como lectoras en pantalla.
- Los encuestados opinan que los e-books resultan demasiado caros, y creen que un precio medio de 5 euros sería el más apropiado.
- Los lectores digitales son «multiplataforma»: la mitad usa el tablet para leer, y uno de cada seis emplea el e-reader y lo alterna con el ordenador y el smartphone.
Los pelmazos evangelistas de lo digital (aquellos que viven o pretenden vivir del cambio de paradigma y los simples papanatas de las novedades tecnológicas) se sentirán satisfechos y el «si ya lo decía yo» se expandirá triunfante por sus neuronas. Sin embargo, la conclusión que más me llama la atención de este trabajo es otra:
- El lector digital típico responde a este perfil: mujer de 44 años, universitaria, usuaria de más de dos dispositivos para leer, pero que para hacerlo prefiere el lector electrónico específico (Kindle y similares). Se inclina por la ficción y consume unos 10 e-books al año, actividad que le lleva una media de dos horas diarias.
Y aquí es donde se desencajan mis arcaicas mandíbulas. ¿Leyendo dos horazas al día no pasan de 10 libros al año? Son 730 horas anuales: es decir, 30,4 días; un mes entero consagrado a la lectura sin un segundo de reposo. ¿Un error de los investigadores? ¿O quizá estas dedicadas lectoras son devotas de La montaña mágica, En busca del tiempo perdido, Moby Dick y El arcoíris de gravedad, novelas amazónicas que releen en un bucle infinito?
La explicación de este ritmo paquidérmico podría ser otra. Tal vez resida en un nuevo fenómeno que algunos llaman «atención parcial continua». E-mails, tuits, estados de Facebook, WhatsApps y todo tipo de distracciones digitales están acabando con los jurásicos dinosaurios capaces de abolir el tiempo desapareciendo en un libro. Sin saber muy bien cómo nos hemos convertido en yonquis del fragmento, y mantener la concentración nos cuesta cada vez más. Las lecturas sosegadas y profundas han dado paso a una verbena de estímulos superficiales.
Nadie puede negar que los hábitos lectores se transforman hoy a gran velocidad, pero ¿para peor o para mejor? La respuesta, en unos pocos años.