Ponga un editor en la ceca

Leo aquí que han leído aquí que el Banco Central de Irlanda ha acuñado una edición limitada de 10.000 monedas de plata de 10 euros para conmemorar el Ulises de James Joyce. 

Joyce monedas

El problema es que han copiado una frase de la novela y han cometido el error de poner un «that» donde no lo había en el original: «Ineluctable modality of the visible: at least that if no more, thought through my eyes. Signatures of all things I am here to read».

Las erratas no respetan ni las monedas de plata, lo que podría suponer una oportunidad de reciclaje para los editores y correctores, convenientemente formados en las artes del grabado y armados con un buril.

Don Quijote, cuerdo y judío

*Para OAG, componente de FIREamante de la cultura pop,
los buenos alcoholes y los trajes a medida. 

En Twitter no todo es egocentrismo monomaniaco y basura corporativa. Un tuit de un colega me ha descubierto una historia publicada en The Atlantic acerca de las ‘teorías de la conspiración’ en la literatura. El artículo es divertido y ofrece interpretaciones alternativas de algunos libros y personajes conocidos por todos. Aquí van unas cuantas:

  • Hogwarts no sería más que una fantasía de Harry Potter, un niño que sufre abusos y se refugia en un imaginario mundo mágico. 
  • Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, es gay. 
  • Nick Carraway, el narrador de El Gran Gatsby, también es gay (digresión: lo de la homosexualidad es un clásico conspiranoico también en la ‘realidad’: sesudas teorías sostienen que Shakespeare y Cervantes eran homosexuales, y cambiando sexo por raza, he llegado a leer sobre una tesis que defendía la negritud de Beethoven; hay que ver qué calladico se lo tenía el tío y lo bien que se maquillaba). 
  • Todos los personajes de Winnie The Pooh ejemplifican algún desorden mental (en concreto, el osito padecería déficit de atención con hiperactividad, lo que explicaría tantas cosas…). Winnie The Pooh
  • Odiseo/Ulises se tiró diez años dando tumbos por el Mediterráneo porque no quería volver a casa (¿montárselo con hechiceras en cuevas mágicas y luchar con gigantes de un solo ojo o regresar a la rutina del hogar y las peticiones de los súbditos? No hay color).
  • Sherlock Holmes y Watson estaban enamorados. ¡El uno del otro!
  • Dorothy (El Mago de Oz) es tan bruja como las ídem del Este y el Oeste (nueva digresión: una vez escuché una delirante y misógina interpretación de la película protagonizada por Judy Garland que la despachaba como «la historia de una zorrita que se lo monta con máquinas y animales»).

En fin, que (re)interpretaciones literarias las hay de todos los colores. Por supuesto, yo también tengo las mías. 

  • El tipo de La Metamorfosis kafkiana despierta convertido en insecto porque ya no sabe qué hacer para no ir a trabajar. 
  • En el Ulises de Joyce, Leopold Bloom es un pederasta que, a falta de niños, persigue al jovencito Stephen Dedalus por las calles de Dublín. 
  • La heroína de Cincuenta sombras de Grey es una top model con alucinaciones provocadas por una dieta salvaje.
  • Hamlet es gay.
  • Oliver Twist también es gay, pero aún no lo sabe. 
  • Y mi favorita: Don Quijote, lejos de tener sorbido el seso por los libros de caballerías, es un criptojudío temerosoDuelos y quebrantos de la Inquisición que se echa a recorrer los páramos manchegos para no tener que comer «duelos y quebrantos» y las montañas de tocino con que su ama lo cubre casi a diario.

¿Y tú, tienes tus propias teorías sobre tus libros favoritos?   

Pickwick nórdico

Una tarde parda y fría de invierno (en mi calendario, a partir del Día de Todos los Santos). Los parados que ya no saben hacia dónde tirar estudian para community managers. Monotonía de lluvia tras los cristales. ¿Qué hacer, cómo consolarse?, se pregunta melancólico el machadiano desempleado. Deja de perder el tiempo en Facebook y Twitter y sigue buscando trabajo, capullo, y para desintoxicarte lee (o relee) clásicos, le susurra al oído el fantasma de los vanidosos tuits sepultados en el olvido.

Italo Calvino decía en Por qué leer los clásicos que «Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir», y añadía que «[…] son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad».

Amén, aunque añadiría que los clásicos poseen otra virtud inestimable: abrigan. Sí, incluso aquellos que nos desconciertan o exigen un esfuerzo que pocos están dispuestos a hacer o para el que solo algunos tienen tiempo (y digo esto porque ando peleándome con el Ulises de Joyce, en continua oscilación entre el disfrute, el tedio y la admiración, y por mis santos huevos que me lo voy a acabar, para que no se diga).

Ulises

Como decía, los clásicos (y me estoy limitando a la narrativa) protegen y dan cobijo en tiempos de frío y zozobra, y si con un muslo de Scarlett Johansson se pasa un invierno, con uno de ellos se puede sobrevivir una buena temporada bajo el edredón nórdico.

Se me ocurren unos cuantos con las características apropiadas muchas muchas páginas; personajes más reales que ese vecino con el que te cruzas a diario; novelas río repletas de meandros y afluentes, pero pocos más acogedores que Los documentos póstumos del Club Pickwick (en gran traducción de José María Valverde), la primera novela de Charles Dickens, Papeles póstumos del Club Pickwick publicada por entregas entre 1836 y 1837 y ahora reeditada con motivo del bicentenario del nacimiento del narrador inglés más popular.

Lo cojas por donde lo cojas, es un relato delicioso y divertido, amablemente mordaz, una de esas historias en las que dan ganas de quedarse a vivir.

Mr. Pickwick, un caballero excéntrico, fundador y presidente del club que lleva su nombre, es una especie de quijotesco hidalgo idealista que se embarca con un trío de amigos geniales (los gordos, bebedores y singulares señores Tupman, Winkle y Snodgrass) en un viaje por la Inglaterra victoriana con el fin de documentar las vidas y costumbres de sus compatriotas para describírselas después a los distinguidos miembros de su asociación. La estrafalaria expedición da pie a situaciones pintorescas a menudo rematadas con monumentales curdas a base de ponche caliente y otros bebedizos que Dickens narra con un tono irónico, burlón e irresistible.

Los paralelismos entre la narración dickensiana y el Quijote (un extraño caballero errante que se topa con todo tipo de improbables aventuras, el humor,  la parodia de las novelas inglesas del XVIII…) no acaban ahí. El cervantino Pickwick encontró su Sancho Panza en la figura de Sam Weller, un criado coñón y parlanchín cuya aparición en el relato multiplicó por diez las ventas mensuales del Evening Chronicle, el periódico donde se publicaba por entregas la historia.

Estampas costumbristas, retratos corales, crítica social, sátira, magistrales episodios intercalados (otra vez el Quijote) a lo largo de la novela y, sobre todo, Mr Pickwick una galería de tipos y personajes inolvidables conforman un clásico de ley, una lectura maravillosa que crece si se asocia con las ilustraciones que la acompañaron en sus orígenes: primero de la mano de Robert Seymour (a la derecha)  y, tras el suicidio de este en 1836, de la de Phiz (seudónimo de Hablot Knight Browne), el dibujante que ilustraría (ver abajo) otras nueve novelas del autor de David Copperfield. 

Pickwick 2